Rete [...] se puso su bata de hombre de campo y salió para el establo. El boyerito,
dormitaba tiritando bajo su manta de arpillera. Rete quiso darle un beso, pero
el chico le dio vuelta la cara, y le dijo:
- En la radio eso es el despecho […].
A Rete le entraron ganas de matarlo. La radio zapateaba en
todos sus deseos o proyectos. Pero se contuvo: mucha sangre, hoy, había
derramado.
- Está bien, como quieras —le dijo su amo—. Adiós.
Sabía manejar a un niño y a su terror. —Adiós, no me verás
más: solo andarás por el campo y sentirás (suspiro) la nostalgia de mis brazos.
El chico entonces cedió. Permitió que le dieran el último
beso, que fue en la boca y de lengua. Kab se quitó la bata y se exhibió desnudo
ante el boyerito, desnudo y con el buen palosanto erecto.
El chico se negó:
- Usted ahora se va, me quedaré sin novio, sin hombre que me
la haga sentir hasta lo hondo. Usted me desvirgó, logró que se me pongan duras
las tetillas cada vez que lo veo. Ahora, con una mueca de pena, todo el día mi
cuerpito, transformado en hembra y en mujer, no dejará de llorar [...].
Kab trató de consolarlo: - Cuando me vaya empezarán tus
triunfos. Hasta ahora nadie te hizo la corte porque saben que sos mío, mío, que
soy yo quien te descubrió el culito y te lo hice, ¿te acordás cómo llorabas? ¡Y
al mismo tiempo me preguntabas si te tomaría por esposa si me quedaba viudo!
¡Hay que ser puto para hablar así, puto de toda la vida!
- Pero yo estoy enamorado de usted.
- Con más razón entonces —dijo Kab y se acostó a su lado
sobre el montón de paja sobre la cual dormía el pequeño boyero, que clamaba:
- ¡No, ayúdame Señor! ¡Búsquese a otro ya que se va!
Implacable, Kab comentó: - Con más razón entonces, antes de
despedirme te voy a culiar por última vez: adiós, hoyo, chau poronga. Un beso,
conchudito.
Triunfante y soberbio además agregó:
- ¿A otro teniéndote ya medio ensartado a vos, comiloncito?
¡Demasiado tarde! Poné el orto y cerrá el pico.
Y apeló al método infalible: chuponearle como loco las
tetillas. El boyerito ya no resistía. Lloró un poco, pero se dio vuelta de
manera que justo, justo coincidieran, la cabeza de la garcha tremenda y el
túnel de entrada del diminuto tirapedos. Sintió dolor (ambiguo) durante la
primera embestida de la cabeza. Después se estremeció de placer hasta que el
chorro de semen engrasó una vez más su destino de hembra ser, o de lo que fuera
ser: porque por más que su amo se lo cogiera sin amarlo, él era algo, Dios
quiso que naciera.
Enajenado, Kab le azotó las nalgas mientras gritaba.
“Claro, soy puto”, retrasado razonaba el chico. Kab,
enajenado, como siempre (antirradio) cantaba lo evidente:
- ¡Te cogí, ves que te cogí! ¡No te me ibas a escapar! Y
ahora limpiala de tu propia mierda.
En efecto, restos de la caca infantil veteaban la cabeza,
parte de la garcha de Kab, que se cogía a un niño, qué mierda le importaba, sin
amarlo, un carajo.
El boyerito tuvo que agarrarla con las dos manos y dejarla
limpita con su propia lengua, tragándose el sabor amargo. A Kab, con los ojos
en blanco, se le paró otra vez. Se aferró entonces a una mata de pelo del
chicuelo, sin importarle que le doliera un soto, y al grito de “¡seguí, seguí!”
se la hizo chupar hasta que el chorro de guasca (loco) brotó otra vez. Kab,
contento, hasta la despedida la hizo a lo maestro, con cortes y tiraletas, por
no decir quebradas.
Kab ahora estaba exhausto. Empujó al suelo al cuidacabra
impúber para tener más lugar y empezó a cabecear, a dormitar con ronquidos.
- Así son los hombres —dijo el boyerito sin poderse contener
(era la frase de un novelón radial, y sabía que este género enfurecía a Kab).
Kab se controló un momento. El niño prosiguió con las frases
del novelón. Kab se vio a sí mismo acorralado siempre por el puto, la mujer y
el lagrimón novelero que avergüenza en la taberna.
- Lo único que quieren es coger, y luego abandonan a su
suerte a la pobre desgraciada. —El boyero seguía en su patriada.
Kab no se contuvo más: con un martillo le aplastó las
tetillas al marica, las mismas que él, acariciándolas, había hecho florecer. El
pobre pequeño se desmayó antes de tener tiempo de aullar.
Cuando volviera en sí, ya habría partido —hacia la ciudad y para
siempre— su único amor: que fue su amo y bien cogido, se lo cogía, pero nunca
lo amó.
1 comentario:
No tengo mucho tiempo (ni ganas) de escribir. Sólo diré que tras dedicar un espacio en La Bobina de Pandora a deliciosos canallas de la talla de Bataille, Sade o Lautréamont, he de empezar a pasarme a figuras de segunda fila o más desconocidas pero a pesar de ello recomendables, como Osvaldo Lamborghini y su Tadeys.
Para los que quieran saber más del autor:
http://es.wikipedia.org/wiki/Osvaldo_Lamborghini
Para los que quieran saber más del libro:
http://ellamentodeportnoy.blogspot.com.es/2012/12/tadeys-de-osvaldo-lamborghini.html
¡Nos vemos por el blog!
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