Román Gubern (1934)


El snuff cinema, con sus matanzas reales ante la cámara de incautas prostitutas o aspirantes a actrices, constituye el punto de convergencia definitivo del cine de terror y del cine pornográfico hard y, a la vez, constituye la última frontera posible. Se trata del último estadio de la muerte violenta hecha espectáculo, que cuenta con tan extensa y gloriosa tradición en la cultura occidental: gladiadores del Coliseo, ejecuciones públicas, tauromaquia, boxeo, etc. Con la ventaja de que el snuff cinema permite reproducir una y otra vez el placer del voyeur, gracias a la conservación de sus imágenes sobre un soporte.
[...] La cámara deja de ser la máquina para rehacer la vida, como quería Marcel L'Herbier, y pasa a ser la máquina para robar la vida.

[...] En relación con el cine pornográfico convencional, sabemos que de una persona se pueden filmar miles de orgasmos (llamados precisamente la petite mort en francés), pero sólo una vez su muerte. Y esta singularidad es la que define al género, en el que la irrepetibilidad del shock postrero lo hace único y singularmente valioso. El snuff movie inmortaliza la muerte (pues puede visionarse tantas veces como se quiera), pero una vez consumada su efecto erógeno decrece o desaparece, pues el sujeto martirizado se convierte entonces en objeto. Su punctum [...] reside en la agonía y en el momento de la expiración. En efecto, el tránsito de la tortura física a la muerte, como instante fugaz de goce supremo para el mirón sádico, transforma al sujeto torturado y reactivo en objeto inerte, sin vida, que sólo puede ser gozado entonces por el espectador si desplaza su voyeurismo sádico hacia la sensibilidad necrófila, que obedece a mecanismos psíquicos distintos.
Desde el punto de vista espectatorial, el atractivo, y a la vez el inconveniente hedonista de la escena de la muerte, reside -a diferencia del orgasmo- en que el tránsito definitivo de la vida a la muerte dura sólo un instante fugaz. Pero ese instante, si es inmovilizado en la pantalla por el mando a distancia, queda automáticamente despojado del dinamismo agónico que da sentido a la excitación voyeur. En cierto modo, el paso de la vida a la muerte de la víctima supone el tránsito de la imagen cinematográfica a la foto fija. Por eso el desarrollo de la escena a cadencia lenta -un artificio que parece combinar de modo transaccional las ventajas del movimiento y de la foto fija- parece la estrategia más pertinente para su optimización hedonista, para que el espectador pueda saborear, prolongándolas, sus fases consecutivas, en una fórmula de compromiso entre vida y muerte, orgánica y figurativa a la vez.

PD:


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