El neón de siempre


"Toda la vida he sido un fraude. No estoy exagerando. Casi todo lo que he hecho todo el tiempo es intentar crear cierta imagen de mí mismo en los demás. La mayor parte del tiempo para caer bien o para que me admiraran. Tal vez sea un poco más complicado que esto. Pero, si uno lo piensa bien, se trataba de caer bien y de ser querido. Admirado, aprobado, aplaudido, lo que sea. Ya me entienden. En la escuela me fue bien, pero en el fondo mi motivación no era aprender ni mejorarme a mi mismo sino simplemente que me fueran bien las cosas, sacar buenas notas y entrar en los equipos deportivos y obtener buenos resultados. Tener un buen expediente académico e insignias de victorias deportivas en mi chaqueta para enseñarle a la gente. No me lo pasaba muy bien porque siempre tenía demasiado miedo de que no haría las cosas lo bastante bien. El miedo me hacía esforzarme muchísimo, así que todo me iba siempre bien y terminaba consiguiendo lo que quería. Pero en realidad, en cuanto conseguía la mejor nota o ganaba el título deportivo de la ciudad o conseguía que Angela Mead me dejara ponerle la mano en el pecho, no sentía apenas nada más que tal vez miedo a no ser capaz de conseguirlo otra vez. La siguiente vez o cuando quisiera alguna otra cosa. Recuerdo estar en la sala de recreo en el sótano de Angela Mead en el sofá y que ella me dejara meterle la mano por debajo de la blusa y no ser capaz de sentir la suavidad viva o lo que fuera de su pecho porque lo único a lo que yo me dedicaba era a pensar: «Ahora soy el tipo al que Angela Mead le ha dejado tocarle las tetas». Más tarde aquello me pareció muy triste. Sucedió en los primeros años de secundaria. Ella era una chica de buen corazón, callada, reservada y pensativa -ahora es veterinaria y tiene consulta propia- y nunca llegué a verla de verdad, lo único que yo podía ver era quién era yo a sus ojos, a los ojos de aquella animadora que probablemente fuera la número dos o tres de las chicas más deseables del instituto aquel año. Ella era mucho más que eso, estaba más allá de toda aquella mierda de los rankings adolescentes y de la popularidad, pero nunca la dejé ser más que eso ni la vi como más que eso, aunque me hice pasar muy bien por alguien que era capaz de tener conversaciones profundas y que realmente quería conocer y entender quién era ella por dentro.


Más tarde me hice psicoanalizar, probé el psicoanálisis como casi todo el mundo por entonces que estaba cerca de los treinta y había ganado dinero o tenía familia o lo que fuera que pensaban que querían y sin embargo no acababan de sentirse felices. Mucha gente que yo conocía lo probó. La verdad es que no funcionaba, aunque sí que hacía que mucha gente sonara más consciente de sus problemas y añadiera cierto vocabulario y conceptos útiles a la forma que todos teníamos de hablar entre nosotros para encajar en el grupo y sonar de cierta manera. Ya me entiende usted. Por aquella época yo trabajaba en una compañía publicitaria local en Chicago, adonde había dado el gran salto después de ser comprador de medios para una consultoría importante, y con solamente veintinueve años me habían nombrado creativo asociado, y en gran medida y como suele decirse yo era un joven hermoso y lanzado al éxito, pero no era feliz en absoluto, sea lo que sea que quiere decir ser feliz, pero por supuesto no le decía aquello a nadie porque era un pedazo de tópico -«Tears of a Clown», «Richard Cory», etcétera- y el círculo de gente que me parecía importante me resultaba demasiado arisca, sardónica y llena de desprecio hacia los tópicos, de manera que me pasaba todo mi tiempo intentando hacerles creer que yo también era arisco y estaba hastiado de todo, y hacía cosas como bostezar y mirarme las uñas y decir cosas como «¿Soy feliz?, es una de esas preguntas que, si se han de hacer, más o menos dictan su propia respuesta», etcétera. Invirtiendo un montón de tiempo y energía en crear cierta imagen y obtener una aprobación o una aceptación que luego no me importaban un pimiento porque no tenían nada que ver con quien yo era realmente por dentro, y me daba asco a mí mismo por ser siempre un fraude tan grande, pero parecía que no podía evitarlo. Estas son algunas de las cosas que probé: el Seminario Erdhard, conducir un vehículo de diez marchas hasta Nueva Escocia y de vuelta, la hipnosis, la cocaína, la quiropraxia sacro-cervical, unirme a una iglesia carismática, hacer footing, trabajar como voluntario para la oficina publicitaria del ayuntamiento, clases de meditación, los masones, el Forum Landmark, el Course in Miracles, un taller de dibujo con el hemisferio derecho del cerebro, el celibato, coleccionar y restaurar Corvettes antiguos e intentar dormir con una chica distinta todas las noches durante dos meses seguidos (acumulé un total de treinta y seis en sesenta y una noches y además pillé clamidia, hecho que les mencioné a mis amigos, fingiendo que estaba avergonzado pero confiando en secreto que la mayoría de ellos se quedaran impresionados -y pese a que se escudaron detrás de hacer bromas a mi costa, creo que lo estuvieron—, pero en su mayor parte aquellos dos meses únicamente me hicieron sentirme vacío y depredador, además dormí poquísimo y en el trabajo estaba hecho un asco; aquella fue también la época en que probé la cocaína). Sé que esta parte es aburrida y que probablemente le esté aburriendo, pero se pone más interesante cuando llego a la parte en que me mato y descubro lo que pasa inmediatamente después de que una persona se muere [...]".

RELATO COMPLETO AQUÍ.

2 comentarios:

Tyler Durden dijo...

Ya he hablado suficiente en este blog sobre David Foster Wallace, así que no me extenderé más. Añado una crítica que hice sobre una adaptación fílmica de su collage/relato breve Entrevistas breves a hombres repulsivos para que los nuevos sepan por dónde van los tiros:

http://www.filmaffinity.com/es/review/36487446.html

¿Ha quedado claro que considero a David Foster Wallace un genio contemporáneo a la altura de los más grandes (no hablo de grandes como Borges, hablo de Grandes como Joyce, Shakespeare o Dostoievski)?

Qué ganas tengo de que Javier Calvo traduzca El rey pálido de una puta vez...

Tras su muerte muchos quisieron ver en este relato la carta de suicidio que Wallace no escribió, algo totalmente erróneo, ya que Wallace sí escribió una nota a su mujer antes de ahorcarse. Así que, sensacionalismos aparte, disfruten con esta maravilla que me pone los pelos de punta... quizás porque yo a veces también me siento un auténtico fraude. ¿No os pasa a vosotros? Qué bien sabía tocar las teclas David Foster Wallace. Qué pena que ya no esté. En fin, el mismo neón de siempre.

Ahora sí que sí me despido hasta la vuelta de vacaciones. A disfrutar!

Tyler Durden dijo...

Ya tengo en mis manos El rey pálido.

http://labobinadepandora.blogspot.com/2011/11/el-rey-palido.html

Qué triste es todo.

Decir que siempre se van los mejores es una burda mentira: nos vamos todos. Lo que sucede, es que es a los mejores a quiénes se echa de menos...