Bret Easton Ellis (1964)



[...] Se me ha parado el reloj, de modo que no estoy seguro de la hora que es, aunque probablemente sean las diez y media o así. Pasan unos tíos negros ofreciendo crack o entradas robadas para una fiesta en el Palladium. Paso junto a un quiosco, una tintorería, una iglesia, un restaurante. Las calles están desiertas; el único ruido que rompe el silencio es el de un taxi ocasional que se dirige hacia Union Square.
[...] El vagabundo, un negro, está tumbado a la puerta de una tienda de antigüedades abandonada de la calle Doce, encima de una reja abierta y rodeado de bolsas de basura y un carrito de la compra de Gristede's cargado con lo que supongo que son sus pertenencias personales: periódicos, botellas, latas de aluminio. [...] Un perro, un chucho pequeño, de pelo corto muy delgado, está tumbado junto a él, con la correa sujeta al carrito de la compra. No me fijo en el perro la primera vez que paso por delante. Sólo después de haber dado la vuelta a la manzana y volver, lo distingo tumbado encima de una pila de periódicos, custodiando al vagabundo, con un collar que lleva sujeta una placa metálica excesivamente grande para él, que dice GIZMO [...].

- Hola - digo, tendiéndole la mano, la que ha chupado el perro -. Pat Bateman.
El vagabundo me mira, jadeando debido al esfuerzo que tiene que hacer para sentarse. No me estrecha la mano.
- ¿Necesita dinero? - le pregunto amablemente -. ¿Y algo de comer?
El vagabundo asiente con la cabeza y se echa a llorar, agradecido.
Busco en el bolsillo y saco un billete de diez dólares, luego cambio de idea y sujeto uno de cinco.
- Es lo que necesita, ¿verdad?
El vagabundo vuelve a asentir con la cabeza y aparta la vista, y después de aclararse la voz, dice tranquilamente:
- Tengo mucha hambre.
[...]
- Tiene que conseguir un trabajo, Al - le digo seriamente -. Tiene usted una actitud muy negativa. Eso es lo que le impide conseguirlo. Debe mostrarse decidido. Yo le ayudaré.
- Es usted tan amable, señor. Es usted tan amable. Es usted un hombre muy amable - balbucea -. Se lo aseguro.
- Chist - susurro -. Me pongo a acariciar al perro.
[...]
- Apesta usted a... mierda. -Sigo acariciando al perro, cuyos ojos se abren mucho y se humedecen de agradecimiento -. ¿Sabe una cosa? Maldita sea, Al..., míreme y deje de llorar como un marica - grito [...], luego suspiro -. Al..., lo siento. Lo que pasa es que..., no sé. No tengo nada en común con usted.
El vagabundo no escucha. Llora con tal fuerza que es incapaz de responder de modo coherente. Vuelvo a guardarme lentamente el billete en el bolsillo de mi chaqueta Luciano Soprani y dejo de acariciar al perro con la otra mano, que me meto al bolsillo. El vagabundo deja de sollozar bruscamente y se sienta, buscando con la vista el billete de cinco dólares o, supongo, su botella de Thunderbird. Adelanto una mano y le vuelvo a tocar la cara suavemente, con compasión y susurro:
- ¿Sabes que eres un jodido perdedor?
Él empieza a asentir, desesperado, y yo saco un largo y delgado cuchillo con hoja de sierra y, con mucho cuidado para no matarle, le hundo aproximadamente un centímetro de la hoja en el ojo derecho, empujando con el mango y sacándole la retina.
El vagabundo está demasiado sorprendido para decir nada. Se limita a abrir la boca, aturdido, y se lleva lentamente una mano sucia y con unos guantes sin dedos a la cara. Le bajo los pantalones de un tirón y, a la luz de los faros de un taxi que pasa, distingo sus blandos y negros muslos, con un sarpullido asqueroso debido a que se mea constantemente con los pantalones puestos. El hedor a mierda me llega inmediatamente a la cara y, respirando por la boca, me agacho y le apuñalo en el estómago, sin hundir demasiado el cuchillo, por encima de la densa mata de vello púbico. Esto parece que le deja un tanto sobrio, e instintivamente trata de protegerse con las manos, mientras el perro se pone a aullar, de un modo furioso de verdad, pero no me ataca. Sigo dándole puñaladas al vagabundo, ahora entre los dedos, en el dorso de las manos. El ojo le cuelga de la cuenca y le oscila por delante de la cara, y él sigue parpadeando, lo que hace que lo que le queda dentro de la herida suelte una especia de yema de huevo roja. Le agarro por la cabeza con una mano, se la echo hacia atrás y con el pulgar y el índice le sujeto el otro ojo, se lo mantengo abierto y meto la punta del cuchillo en la cuenca, rompiendo primero la membrana protectora, de modo que la cuenca se le llena de sangre. Luego le corto el globo ocular... y él empieza a gritar cuando le corto la nariz en dos, lo que hace que la sangre me salpique un poco. También el perro, Gizmo, que parpadea al caerle la sangre en los ojos. Deslizo rápidamente la hoja por la cara del mendigo, abriéndole el músculo por encima de la mejilla. Todavía arrodillado, le tiro una moneda de veinticinco centavos a la cara que brilla debido a la sangre y tiene las dos cuencas vaciadas y llenas de coágulos de sangre, y lo que queda de sus ojos balanceándosele literalmente por encima de sus labios que gritan. Le susurro tranquilamente:
- Ahí tienes venticinco centavos. Cómprate un chicle, jodido negro asqueroso.
Luego me vuelvo al perro que ladra, y cuando me levanto se dispone a echárseme encima, enseñando los dientes, pero le doy un tajo en los huesos de las patas traseras y cae de lado aullando de dolor, mientras alza las patas delanteras en el aire. No puedo sino echarme a reír y me complazco en la escena, divertido por el espectáculo. Cuando distingo a un taxi que se acerca, me alejo lentamente de allí [...].

2 comentarios:

spleen dijo...

Hola,

Me extraña que no hayas escogido el pasaje de la prostituta (¿o era una modelo?) y la rata...

Este debe ser uno de los pocos casos en que me gustó más la peli que el libro. Me abrumaba la acumulación de marcas, aunque me imagino que era eso lo que Ellis quería conseguir: la acumulación como expresión del vacío existencial...

La película (y el libro) me hacían bastante gracia en muchos momentos: no sé si eso será normal o es que mi percepción de lo risible está muy desviada.

Saludos

Tyler Durden dijo...

Yo tambien me rei. Es que en el fondo es una novela un tanto surrealista... De hecho, creo recordar que no entendi demasiado el final de la novela (la lei hace tiempo). No obstante, Easton Ellis no me convence. Ni este ni menos que cero me gustaron demasiado. Su cronica del vacio existencial me resulta un poco "vacia", y su estilo es bastante pesado (que sea algo buscado no me importa). La peli me gusto, pero tampoco guardo un enorme recuerdo de ella.

Puse el fragmento del vagabundo porque creo que es la primera vez en la novela que Bateman da rienda a sus instintos.

Saludos!