Serotonina, de Michel Houellebecq


Hacia las cinco de la tarde una niña llamó a la puerta de su bungalow; bueno, una niña para entendernos, era una morena de unos diez años con la cara infantil, pero era mayor para su edad. Había venido en bici, debía de vivir en las inmediaciones. Yo, por supuesto, sospeché de inmediato una historia de pedofilia: ¿qué motivo podía tener una niña de diez años para llamar a la puerta de un cuarentón misántropo y siniestro, y alemán por añadidura? ¿Era para que él le leyese poemas de Schiller? Era más probable que quisiera que le enseñase la polla. Además, el hombre tenía totalmente un perfil de pedófilo, un cuarentón culto, solitario, incapaz de entablar relaciones con los demás y mucho menos con las mujeres, es lo que pensé antes de darme cuenta de que se podría haber dicho lo mismo de mí, que podrían haberme descrito exactamente en los mismo términos, lo cual me molestó […].


[…] me dirigí a su bungalow […]. Había llevado un estuche de herramientas […] pero la puerta ni siquiera estaba cerrada, es realmente asombrosa la confianza que tiene la gente […]. Tuve que encender el ordenador, al hombre debía preocuparle el consumo de electricidad en el modo reposo, seguramente tenía convicciones ecologistas, en cambio no había contraseña, lo cual era una auténtica sorpresa, ahora todo el mundo tiene contraseña, hasta los niños de seis años tienen una en su tablet, ¿qué clase de individuo era aquel tío?
Los archivos estaban clasificados por año y por mes, y en la carpeta de diciembre solo había un vídeo titulado «Nathalie». Yo nunca había visto un vídeo pedófilo, solo sabía que existían, y pensé en el acto que iba a sufrir la poca calidad de la filmación de un aficionado, desde los primeros segundos enfocaba la cámara accidentalmente sobre el embaldosado del cuarto de baño, después la elevaba hacia la cara de la niña, que se estaba maquillando, se aplicaba en los labios una capa espesa de pintalabios, una capa demasiado espesa, que sobrepasaba el contorno, luego se pintaba los párpados de azul, aquí también se hacía una chapuza de grandes manchurrones que sin embargo parecían gustar mucho al ornitólogo, lo oí murmurar: «Gut…, gut», era hasta el momento lo único desagradable de la grabación. A continuación intentó un movimiento de travelling atrás, bueno, más concretamente retrocedió y se veía a la niña delante del espejo del cuarto de baño, desnuda salvo por un pantaloncito corto vaquero, el mismo que llevaba al llegar. Casi no tenía pechos, en fin, se distinguía una insinuación, una promesa. Él decía unas palabras que no entendí, al instante ella se quitó el pantaloncito y se sentó en el taburete del cuarto de baño, después separó las piernas y empezó a pasarse el dedo corazón por el coño, tenía un coñito bien formado pero totalmente lampiño […]. El plano cambió bruscamente y se veía de nuevo a la niña en el cuarto de estar. Vestida ya con una microfalda escocesa, se calzaba unas medias de rejilla que enganchaba a un liguero, todo un poco grande para esa, debían de ser prendas de adulta, talla XS […]. Después se ató un pequeño top, también de tela escocesa, alrededor del pecho y yo aprobé su elección, aunque no tenía pechos sugería su existencia.
Hubo después un pasaje un poco confuso durante el cual el alemán buscó una cinta de casete que introdujo en un radiocasete, yo no sabía que todavía existían esos chismes […]. Me costó reconocer la canción cuando empezó a sonar, parecía música disco de finales de los años setenta o principios de los ochenta, de Corona tal vez, pero la niña reaccionó bien, se puso a girar sobre sí misma y a bailar […]. La niña bailaba con auténtico entusiasmo, transportada por el ritmo, de vez en cuando imprimía un revuelo a su faldita, lo que daba al ornitólogo muy bonitas vistas de su culito, en otros momentos ella se inmovilizaba delante de la cámara y abría los muslos y se metía uno o dos dedos, luego se los introducía en la boca y los chupaba un largo rato, en cualquier caso él se excitaba cada vez más, los movimientos de la cámara se volvían realmente caóticos […]. Descansó la cámara en el trípode y volvió a sentarse en el sofá. La niña siguió girando algún tiempo al ritmo de la música mientras él la miraba con adoración, ya había gozado intelectualmente, se entiende, faltaba la dimensión física, supongo que ya había empezado a meneársela.
[…] La niña hizo una pequeña reverencia […] y se arrodilló entre sus muslos; él se había bajado el pantalón pero sin quitárselo. Como no había movido la cámara de su zócalo no se veía casi nada, lo cual era contrario a todos los códigos del vídeo pornográfico, incluido el amateur. A pesar de su corta edad la niña parecía cumplir su tarea de una forma competente, el ornitólogo lanzaba de cuando en cuando un gruñido de satisfacción en el que intercalaba palabras tiernas como «Mein Liebchen», total, que parecía sentir un enorme cariño por la niña, nunca lo hubiese creído de un tío tan frío.

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